viernes, 8 de febrero de 2008

Florencio Sánchez


"Mi obra no será de especulación científica. Quiero ofrecer a la humanidad un espejo en que vea reflejada sus pasiones, su miseria, sus vicios. Esto hacemos, éstos son nuestros crímenes, y por esto nos estamos despedazando"

(Extraído de Nuestros Hijos, obra de Florencio Sánchez)


Vida y Obra (claros y oscuros)

Nació el 17 de enero de 1875 en Montevideo, Uruguay, con el nombre de Florencio Antonio Sáchez Mussante. La primera noticia que tenemos de él es en 1890, como escribiente en la Junta Económica-Administrativa de Minas (a donde sus padres se trasladaron siendo él muy pequeño). Sin embargo ya era evidente que sus inquietudes iban por otro lado, hace gala de un inusual gusto por la lectura, suele evadirse de los problemas satisfaciendo su curiosidad intelectual, tal gusto por las letras hace que se convierta en Periodista de La Voz del Pueblo, bajo el seudónimo de Jackthe Ripper, dando ya muestras de su poco convencional y oscuro sentido del humor. Además ingresa en el Centro Internacional de Estudios Sociales, nombre eufemístico para referirse a una organización que se dedicaba a divulgar las nuevas corrientes literarias, y también a revisar los clásicos. Sin embargo, su vida es tan desordenada como sus eclípticas preferencias literarias, vive de forma bohemia, hay veces que no puede permitirse ni una comida caliente en varios días, y otros en que la suerte le sonríe de tal forma que puede hasta compartirla.

En 1892 viaja a Argentina. Su labor de periodista le ha llevado a sumergirse en los ambientes más trágicos, ve la miseria en todo su esplendor, pero su postura no es hipócrita, indiferente o determinista, el siente el dolor ajeno en sus propias entrañas, y se convierte en refractario. En cuanto a sus “lecturas”, ya no se confina al los clásicos italianos o a su teatro, ha pasado de Dante y Braco, y del mecanicista panfleto socialista, a la incendiaría propaganda anarquizante, entre sus manos están ahora Malatesta, Kropotkin y algo de Bakunin. Sin embargo no tiene tiempo para profundizar en ellas, aún no las ha digerido del todo y solo una palabra retumba en su cabeza… Revolución.


En determinadas biografías hemos podido leer que, muy joven, participó en las guerras civiles de Argentina, pero realmente lucho en Uruguay en la “Revolución” de Saravia de 1897, aunque bien es verdad que pudo ser traído desde Argentina con otros voluntarios. Aparicio Saravia representaba al caciquismo rural, aunque para muchos suponía una salvaguarda del “estilo de vida campesino”, con cierta reminiscencia gauchesca, ciertamente respondía perfectamente al papel del caudillo que más adelante el propio Florencio atacaría y ridiculizaría en sus artículos y obras. Es evidente que Florencio se unió a sus filas, no por una meditada convicción, sino por dos prosaicas razones, la primera se fundamenta en la tradición familiar, simpatizante siempre con el Partido Nacional o “Blanco” liderado por Saravia, y la segunda motivación respondería a su aventurerismo juvenil. Para alguien ávido de Rebelión el hecho de que las tropas de Saravia no fueran las gubernamentales (aunque pretendían serlo y suponían de facto un poder paralelo al estatal), y la pugna contra los “colorados”, representantes de la urbe y la europeización, era demasiado atrayente, aunque eso significara colocarse con la supuesta “Revolución” de los “blancos”, igual de tiranos que los otros, por muy representantes del ruralismo que se creyeran.

Después nada se sabe de él, la “Revolución” de Saravia se acaba con un certero tiro en las tripas del caudillo, quizás a Florencio le espere la prisión, lo que si sabemos es que al año siguiente regresa a Argentina, residiendo en Rosario. Allí encuentra trabajo como periodista de La República donde, entre otras cosas, sería secretario de redacción. Es ahora cuando puede profundizar en sus lecturas anarquistas, cuando ahonda en los argumentos de Bakunin y en los de sus compañeros, cuando su aguda capacidad de percepción va a servir para dar rienda suelta a su genio, para expresar sus preocupaciones y poder criticar la realidad de la mejor forma que él sabe hacer; relatándola. Nunca llegaría a imaginarse que sus veleidades individuales le llevarían a convertirse, para muchos, en el padre del teatro uruguayo y argentino.

Pero antes de eso sería todavía un destacado articulista de La Protesta, el paradigma de los periódicos anarquistas en Latinoamérica, en cuyas hojas podían entrecruzarse las plumas de Errico Malatesta, de Pietro Gori, de Luigi Fabbri o de Max Nettlau. También se convertiría en colaborador de la revista El Sol dirigida por el poeta acrata Alberto Ghiraldo, a la sazón buen amigo de Florencio. Es esta una etapa de destacada militancia anarquista que, a pesar de los avatares, sobreviviría como la llama que da origen a un milenario hechizo, sin que nunca llegara a extinguirse ni en la esencia del dramaturgo, ni en la del individuo.

Sus hábitos vitales también persisten. En el devenir de su vida bohemia, nadie mejor que él sabe observar, retratar y reivindicar a los individuos que, sin motivo, todos desprecian. Hablamos de a los que los sesudos mecanicistas marxianos llamaron “lumpen” o “sub-proletario”, hablamos de seres humanos a los que se les “regalaron” los epítetos de vagabundos, prostitutas, limpiabotas, hablamos de los hombres sumidos en la pobreza, de los que se refugian en el alcohol, de los que caminan sin tener a donde ir, de las mujeres que son violadas a cambio de unas míseras monedas, de los niños que alimentan a sus familias vendiendo periódicos, de los inmigrantes que no prosperaron, convertidos en apatridas errantes, en trabajadores que calman el hambre ajena, estando siempre hambrientos, de los pequeños ladrones, carteristas convertidos en carne de presidio, y que aun no han descubierto quienes son los verdaderos “amigos de lo ajeno”.


También Florencio Sánchez nos sabe retratar con magistral pluma a los que, por muchos motivos que haya para odiarlos, nadie odia. Este ejemplar bestiario esta compuesto por los propietarios, los capataces, los intermediarios, los prestamistas usureros, los caseros y rentistas, los proxenetas de todo pelaje, los señoritos que juegan con las hijas de los pobres, los “polizontes”… contrariamente a lo que parece, en sus obras no hay “buenos y malos”, solo gente que tiene la posibilidad de hacer daño, y gente que solo puede sufrirlo.

Pero no solo se ocupo de los ambientes sub-urbanos, él no solo protesto contra la situación en la que vivían los arrabales, también dirigía su mirada hacía la situación traumática que se vivía en el campo, en los cerros que tanto trato de conocer. Aquí fijó su vista en la circunstancia del criollo pobre, el indio, el hijo o nieto del esclavo africano, el gaucho. Todos en una situación de retroceso, de declive, de acorralamiento por la presión de los “nuevos tiempos”, que no traían más que la misma segregación de siempre, el claudicar, esa nueva forma de “renovarse involucionando”, la imposición pura y dura, y que bien podían haberse seguido llamando “los tiempos viejos”.

Es el caso concreto del gaucho, sin ley, libre y sentimental por excelencia, la visión que se nos ofrece no es ya la del nómada triunfal y dueño de la pampa, el que observan los ojos de Florencio es el de un hombre que ha sido hostigado y recluido en un micro mundo que ya no puede llamar suyo, es el del hombre desengañado, cínico, que intenta mantener sus pequeños resquicios de independencia, un individuo que una vez fue libre, que ya no le dejan serlo, y que ya no tiene fuerzas para volver a intentarlo.

En su ultima etapa, llamada tanto por detractores como por partidarios la “universalista”, también se encarga de plasmar las contradicciones de la clase burguesa, igual que recoge el leguaje de los de “abajo”, hace lo propio con las “clases medias”, retrata sus morales, sus conflictos familiares o religiosos, y hasta sus vanidades y mezquindades. Pero también hay tiempo para retratar a los que critican su propia condición de privilegiados.

Es inspirándose en los ambientes sub-urbanos que antes mencionábamos, cuando escribe su primera obra Canillita, tal es el nombre que le dan en Argentina a los vendedores ambulantes de periódicos, sería estrenada el 2 de octubre de 1903.


Es por esto que muchos estudiosos dividen su obra en tres etapas, a las que denominan “la criolla”, la de “la gente pobre” y la ya mencionada “universalista”. Desde los que usan determinada visión partidista, regalada por los santones del determinismo histórico, para decirnos que Florencio Sánchez “solo fue un producto de su época, siendo su labor adecuada, tan solo porque correspondió al tiempo en que vivió”, hasta los que atacan su última etapa y le llaman “Ibsencito”… sus defensores habían sido los menos, hasta que décadas después de su muerte se perdieron determinados complejos, tanto ideológicos como estéticos.

Hemos de poner sin embargo varias objeciones a la clasificación de esas etapas, para empezar se considera que su llamado periodo “criollo”, también llamado “rural”, es el primero, porque se empieza a contar desde la publicación de la dura comedia campesina M´hijo el dotor, sin embargo la primera obra que escribió fue el sainete sub-urbano Canillita, y la primera obra que publico sería La pobre gente (también llamada Los curdas) también de ambientación urbana. Además intentar etiquetar la obra de Florencio Sánchez se nos antoja harto complicado, es verdad que se engloba dentro del naturalismo y del llamado teatro social, pero como toda carrera artística, la de Florencio responde a las aspiraciones e inquietudes que el autor tuvo en cada momento, y estas desde luego no siguieron un patrón predeterminado, ni mucho menos un línea regular que se amolde a las elucubraciones codificadoras del “intelectual” de turno. Tanto el autor como sus circunstancias eran imprevisibles, si su obra al principio no lo parecía, fue porque la realidad que visionaba siempre era la misma, si al final de su trayectoria cambio fue simplemente porque intento verla desde otra óptica, y esto no se lo perdonaran quienes son incapaces de soportar lo irregular, lo espontáneo, lo impredecible. Es esta la maldición que han de sufrir los adictos a los alti-bajos, es decir, los adictos a vivir.

Todo esto es también extensible al resto de sus “periodos artísticos”, fueran sus obras encuadradas en uno u otro ambiente, se dejara más o menos notar la influencia de la puesta en escena “tópicamente” europea o de la estampa criolla, se inspirara en el individualismo ibsensiano o quisiera elevara sus ojos hacía la tierra pampera para descender después hasta el asfalto porteño; independientemente de cualquiera de estos elementos una visión atraviesa nuestra mente, tal y como haría una daga candente que se propusiera atravesar una fina capa de escarcha… nosotros, los individuos, somos, todos y cada uno de los días de nuestra vida, aplastados por una maquinaría insaciable, sojuzgados, engullidos por el voraz apetito de un ambiente del que tan solo unos pocos se han arrogado el derecho de pilotar su timón.

En Barranca Abajo, en Moneda Falsa, en El Desalojo, en La Gente Honesta o en Los Derechos de la Salud, tenemos grandes muestras de ello, el ambiente nos proporciona grandes diferencias de grado, pero la dinámica es siempre la misma, una perspectiva claustrofóbicamente vertical, una opresión que siempre surge de arriba abajo, una demostración insolente de lo superfluo con una carencia indignante de los más básico, una abulia, e indolencia remunerada que contrasta con una necesidad perseguida y transformada en vicio… tal y como nos decía Wilde: “Aún se pretende que los pobres, encima, sean virtuosos”.

Esa tragedia, silenciosa, colectiva y personal que padecemos, o que en su defecto nos acecha detrás de cada esquina, es la que supo retratar y, sobre todo, sentir Florencio Sánchez.

Escribió Incluso algunos ensayos como el Caudillaje Criminal en Sudamérica, dejó incluso muestras de su controvertida opinión “racial” como tara del colonialismo (según la cual en América se seguía padeciendo el complejo de nacer de una “madre india, indómita pero fatalmente esclavizada” y de un “padre español, chulo y despótico que aún sigue escupiendo por el colmillo”), polemizo cuanto quiso con el ambiente artístico de su época, tan encorsetado y normativo como ahora, fue defenestrado y aclamado, se granjeo grandes enemistades con la misma virulencia con la que supo forjar fuertes lazos de empatía (como su fervoroso amor por su compañera Catita o como el que le unía con el psiquiatra, y socialista libertario, José Ingenieros, que por cierto fue padrino de su boda). Y dicen, con cierta maledicencia, que victima de los excesos, pero sobre todo de una cruenta afección bronquial (leída como tuberculosis), y quizás, de una sensibilidad demasiado agudizada para vivir bajo un sistema tan monstruosamente obtuso, se vio obligado a aceptar que, en la madrugada del 7 de Noviembre de 1910, en Milán (Italia), se pondría, irreversiblemente, el punto y final de su corta pero candorosa vida.

Él, por cuya muerte se enlutaron los más encopetados académicos, él, llorado por las vanguardias y por dignos herederos como Rodolfo González Pacheco, él, cuyas obras serían representadas en los más fastuosos y, ofensivamente, elitistas teatros, él, cuyas obras serían popularizadas en reconocidos tangos, él, tan aplaudido hoy, como cuando aún permanecían sus restos calientes, él, tan vitoreado por esos esnobs y aristócratas, los mismos que son capaces de admirar a sus personajes de papel con idéntico afán con el que los desprecian en la realidad, él, que es llamado “padre” del teatro argentino, él, que es carne de calles, avenidas, placas y estatuas… él, es el mismo que, como nos contaba Acevedo Díaz, prefería, aún rodeado de las colosales ruinas de Florencia, observar a unas escurridiza lagartija que se escurría por entre los escombros, él, será siempre el mismo que prefería una desnuda y espontánea realidad que la más pomposa y recargada ficción.

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