“La insurrección es el acceso de furor de la verdad. A veces insurrección es resurrección.”
Víctor Hugo
En las raíces del llanto poca gloria seremos capaces de encontrar. Es allí donde las personas buenas se pierden y se encuentran; si alguna vez somos buenos es especialmente cuando lloramos. El cerebro borbotea y un extraño sabor u olor, a hierro y a sangre nos inunda las mucosas… es esta la extraña sensación que notamos cuando el llanto es realmente fuerte. ¿Qué será de nuestras lágrimas cuando muramos? Tanto dolor contenido, tantos momentos de sensibilidad pura, se irán, desaparecerán de nuestro horizonte existencial al mismo tiempo que nos iremos nosotros. No importan cuán grandiosos y profundos hayan sido los motivos por los que hemos llorado, tampoco importa si fueron banales, el sufrimiento acumulado y sus causas dejarán de existir, al menos para nosotros. Lo mismo le ocurrirá a lo que aprendimos y a lo que olvidamos, una persona rebosante de conocimientos, capaz de discernir a un pájaro por su canto, incluso de cantar como ellos, de descifrar el tiempo con tan solo mirar al cielo, morirá, y se llevará con ella todo lo que alguna vez supo… igual que el intelectual infértil desaparecerá aunque no haya aprendido nada.
Somos realmente inconsistentes ante la idea de la muerte, más aún ante el hecho consumado, sin embargo todo individuo es absolutamente diferente a otro, de ahí que sus reacciones ante este acto igualador también lo sean. Algunos quieren controlar la vida, y por antonomasia el acto último de la misma, para experimentar así su superación sobre este fenómeno; mientras que gran parte cree sucumbir ante él, muchos incluso se afanan en provocarlo (sin que importe, desde luego, lo que al respecto tengan que aducir determinadas “voces interesadas”). Otros, no obstante, intentan prolongar la vida propia y la de los demás, siendo esto imposible intentan por lo menos dulcificarla. Y así podemos enumerar infinitos casos, tantos como personas existen, e iremos desde la tibieza a los más distantes extremos sin dejar de asentir, negar o asombrarnos, y desde luego también hallaremos grandes dosis de indiferencia.
Sin embargo, algo simple podemos sacar en conclusión: a veces la idea de la muerte no nos deja disfrutar del hecho de la vida… pero quizás haya incluso algo aún más claro ¿podemos acaso disfrutar de nuestro derecho a la vida mientras que a otros se les socava de forma irremediable? Este dilema puede que se antoje como un “divertido pasatiempo teórico”, especialmente para los auto proclamados “bien pensantes y concienciados”, pero y ¿cuando quién sufre la esquilmación de este derecho no son solo los demás, y se nos neutraliza a nosotros mismos?, ¿qué pasa cuando no tenemos la cómoda posición del espectador, y pasamos a ser protagonistas?, ¿qué pasa cuando nuestra existencia se ha producido para que nos estigmaticen como víctimas de voluntades ajenas? Una cosa esta clara entonces, no es lo mismo ver la realidad desde una ventana que desde el cadalso. Es obvio que, a través de determinado punto de vista, casi todos somos víctimas de un mismo horror, pero la realidad es muy distinta cuando se pasa de la tercera, a la primera persona. Cuando el hambre no es ajena, sino propia, cuando quien sufre las arbitrariedades y caprichos de la discriminación no son los “otros”, sino “nosotros”, cuando el dolor no se ve mediante un prisma, sino a través de nuestro mismo reflejo.
No será entonces cuestión de proyección, será tan solo mera “física estática”, uno no puede pasar hambre donde prevalece la más insultante abundancia, uno no puede sufrir a causa de la imposición de decisiones externas, uno no puede morir, de forma anónima y resignada, en una fértil “rosaleda” de vanidades y arrogancias. La yuxtaposición se nos muestra entonces clara; si perteneces a la minoría que ni sufre, ni padece las condiciones marginales y segregadoras que intentan a imponerse a la mayoría de las “almas”, no te atrevas a argüir las prosaicas justificaciones de los ineptos; ni la pigmentación de nuestra piel, ni nuestro género, ni el yugo de nuestra situación económica, ni ninguna otra causa, puede condicionarnos para que nos regalemos a tus designios… si tu “manto de armiño” no te es arrebatado antes, renuncia a cualquier preeminencia sobre las “vidas ajenas”, úncete a una causa bien distinta, o de lo contrario conviértete en la más vil de las criaturas.
Por nuestra parte la solución es nítida, no queremos seguir llevando con mansedumbre el título de “esclavos”, ergo, no permitiremos que sigáis blandiendo con orgullo el estandarte de los “amos”, solo nos quedará entonces repetiros el aforismo de Bellegarrigue: “Es necesario destituir a estos amos sin nobleza que tienen miedo de convertirse en siervos y expulsar a estos siervos sin audacia que esperan llegar a ser amos”, añadimos nosotros, es necesario que ambos desaparezcáis junto con la época que os vio nacer, junto con el elemento que os dio la vida, el Poder… y ante este monstruo seguimos esgrimiendo idéntico desafío: “¡En garde!”.
Solo emprender esta lucha, aún sin llegar a alcanzar la tan ansiada victoria, conseguirá ungir nuestra futura muerte con un “nombre propio”. Podemos, también, hacerle caso al lucido Brassens, no es necesario “Morir por las ideas”, pero tampoco lo es dejarse matar por ellas; y tenedlo bien presente, nunca se ha formulado idea más homicida que la de la Autoridad. Y si no queremos morir por ella, ni tampoco víctimas de sus zarpas, será imprescindible… Matarla.
Víctor Hugo
En las raíces del llanto poca gloria seremos capaces de encontrar. Es allí donde las personas buenas se pierden y se encuentran; si alguna vez somos buenos es especialmente cuando lloramos. El cerebro borbotea y un extraño sabor u olor, a hierro y a sangre nos inunda las mucosas… es esta la extraña sensación que notamos cuando el llanto es realmente fuerte. ¿Qué será de nuestras lágrimas cuando muramos? Tanto dolor contenido, tantos momentos de sensibilidad pura, se irán, desaparecerán de nuestro horizonte existencial al mismo tiempo que nos iremos nosotros. No importan cuán grandiosos y profundos hayan sido los motivos por los que hemos llorado, tampoco importa si fueron banales, el sufrimiento acumulado y sus causas dejarán de existir, al menos para nosotros. Lo mismo le ocurrirá a lo que aprendimos y a lo que olvidamos, una persona rebosante de conocimientos, capaz de discernir a un pájaro por su canto, incluso de cantar como ellos, de descifrar el tiempo con tan solo mirar al cielo, morirá, y se llevará con ella todo lo que alguna vez supo… igual que el intelectual infértil desaparecerá aunque no haya aprendido nada.
Somos realmente inconsistentes ante la idea de la muerte, más aún ante el hecho consumado, sin embargo todo individuo es absolutamente diferente a otro, de ahí que sus reacciones ante este acto igualador también lo sean. Algunos quieren controlar la vida, y por antonomasia el acto último de la misma, para experimentar así su superación sobre este fenómeno; mientras que gran parte cree sucumbir ante él, muchos incluso se afanan en provocarlo (sin que importe, desde luego, lo que al respecto tengan que aducir determinadas “voces interesadas”). Otros, no obstante, intentan prolongar la vida propia y la de los demás, siendo esto imposible intentan por lo menos dulcificarla. Y así podemos enumerar infinitos casos, tantos como personas existen, e iremos desde la tibieza a los más distantes extremos sin dejar de asentir, negar o asombrarnos, y desde luego también hallaremos grandes dosis de indiferencia.
Sin embargo, algo simple podemos sacar en conclusión: a veces la idea de la muerte no nos deja disfrutar del hecho de la vida… pero quizás haya incluso algo aún más claro ¿podemos acaso disfrutar de nuestro derecho a la vida mientras que a otros se les socava de forma irremediable? Este dilema puede que se antoje como un “divertido pasatiempo teórico”, especialmente para los auto proclamados “bien pensantes y concienciados”, pero y ¿cuando quién sufre la esquilmación de este derecho no son solo los demás, y se nos neutraliza a nosotros mismos?, ¿qué pasa cuando no tenemos la cómoda posición del espectador, y pasamos a ser protagonistas?, ¿qué pasa cuando nuestra existencia se ha producido para que nos estigmaticen como víctimas de voluntades ajenas? Una cosa esta clara entonces, no es lo mismo ver la realidad desde una ventana que desde el cadalso. Es obvio que, a través de determinado punto de vista, casi todos somos víctimas de un mismo horror, pero la realidad es muy distinta cuando se pasa de la tercera, a la primera persona. Cuando el hambre no es ajena, sino propia, cuando quien sufre las arbitrariedades y caprichos de la discriminación no son los “otros”, sino “nosotros”, cuando el dolor no se ve mediante un prisma, sino a través de nuestro mismo reflejo.
No será entonces cuestión de proyección, será tan solo mera “física estática”, uno no puede pasar hambre donde prevalece la más insultante abundancia, uno no puede sufrir a causa de la imposición de decisiones externas, uno no puede morir, de forma anónima y resignada, en una fértil “rosaleda” de vanidades y arrogancias. La yuxtaposición se nos muestra entonces clara; si perteneces a la minoría que ni sufre, ni padece las condiciones marginales y segregadoras que intentan a imponerse a la mayoría de las “almas”, no te atrevas a argüir las prosaicas justificaciones de los ineptos; ni la pigmentación de nuestra piel, ni nuestro género, ni el yugo de nuestra situación económica, ni ninguna otra causa, puede condicionarnos para que nos regalemos a tus designios… si tu “manto de armiño” no te es arrebatado antes, renuncia a cualquier preeminencia sobre las “vidas ajenas”, úncete a una causa bien distinta, o de lo contrario conviértete en la más vil de las criaturas.
Por nuestra parte la solución es nítida, no queremos seguir llevando con mansedumbre el título de “esclavos”, ergo, no permitiremos que sigáis blandiendo con orgullo el estandarte de los “amos”, solo nos quedará entonces repetiros el aforismo de Bellegarrigue: “Es necesario destituir a estos amos sin nobleza que tienen miedo de convertirse en siervos y expulsar a estos siervos sin audacia que esperan llegar a ser amos”, añadimos nosotros, es necesario que ambos desaparezcáis junto con la época que os vio nacer, junto con el elemento que os dio la vida, el Poder… y ante este monstruo seguimos esgrimiendo idéntico desafío: “¡En garde!”.
Solo emprender esta lucha, aún sin llegar a alcanzar la tan ansiada victoria, conseguirá ungir nuestra futura muerte con un “nombre propio”. Podemos, también, hacerle caso al lucido Brassens, no es necesario “Morir por las ideas”, pero tampoco lo es dejarse matar por ellas; y tenedlo bien presente, nunca se ha formulado idea más homicida que la de la Autoridad. Y si no queremos morir por ella, ni tampoco víctimas de sus zarpas, será imprescindible… Matarla.
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