lunes, 18 de febrero de 2008

Conversión o Expulsión

Allá por el año 1492 esa entelequia, de nuevo cuño, llamada “España”, dejó de ser, forzosamente, el hogar de la mayoría de los judíos que hasta entonces habían podido habitar en ella. Los Reyes Católicos conocían muy bien los procedimientos históricos que han de respetarse para construir una nación y, en consecuencia, se decidieron a aplicarlos; la eliminación sistemática de la disidencia religiosa o cultural, la persecución incansable hacia los “rezagados”, el establecimiento de una hegemonía racial, la perpetuación de un sistema económicamente vertical y la culminación satisfactoria de una férrea uniformidad que pueda imponerse tanto en los hábitos y costumbres, como en las ideas y sensibilidades… son esos, en definitiva, los fundamentos sobre los que debe asentarse cualquier Patria.

Como toda abstracción recién nacida -especialmente si se trata de una nación- la joven “España” pedía su lógico tributo de sangre, necesitaba amamantarse de ella. Los elegidos para tal sacrificio fueron los individuos pertenecientes a las “minorías étnicas o confesionales”, así en 1502 los Reyes Católicos le dieron un ultimátum a la población árabe: “O la conversión o la expulsión”… ¿No les suena esto, avezados lectores del siglo XXI, igual que la amenaza que acaba de lanzarnos Mariano Rajoy?.

Hemos de reconocerle la agudeza a Discépolo cuando nos dijo que el siglo XX fue “un derroche de maldad insolente”, sin embargo, este que nos está tocando vivir no le va a la saga. Casi nos faltan dígitos para contar los innumerables muertos que son arrojados a las costas del, ficticio pero insultantemente satisfecho, “primer mundo”; ese éxodo, aguijoneado por el hambre, que lleva a lo más florido de la juventud africana a perder la vida ante las puertas de este fingido Edén, redomadamente artificial, pues de paraíso solo tiene las espinas. Antiguamente, cruzar el estrecho de Gibraltar o, sobre todo, pasar del continente africano hasta una de sus islas, especialmente si la travesía se hubiera efectuado utilizando una embarcación tan precaria como las actuales, sería considerada toda una hazaña, digna de los máximos encomios y parabienes, tal odisea convertiría inevitablemente a sus artífices en Héroes… hoy, sin embargo, les convierte en malhechores.

Pero los muertos siguen llegando, y esos, los visibles, los que “gozan” de un nicho anónimo en cualquier rincón de los hipócritamente piadosos y misericordes cementerios “españoles”, por los menos pueden contabilizarse (si es que a alguien le sirve tal cosa de consuelo, quizás a los que les guste constatar lo fácil que es mostrarse caritativo con los muertos), pero los otros, los que quedan sepultados por el frio e inmenso mar, aquellos que encuentran en este ingrato elemento su negra mortaja, los que trágicamente descubren en el océano la más profunda e inabarcable “fosa común”, son los mismos de los que solo se conocerá su existencia y número si un día el mar tuviera la osadía de contrarrestar la arrogante indiferencia de los gobernantes inundando, con la devolución de sus cadáveres, a las principales ciudades europeas.

Muchos tienen el cinismo de aducir los más peregrinos motivos para justificar tal hecatombe, nos dicen: “Son las mafias las que los sacrifican, son los “traficantes de personas” los que los arrojan al agua, es el canto de sirena del Capitalismo el que les insita a venir”… No seamos fariseos señores, no pedimos que se exhiba un poco de “moral” cuando se hablan de tan sangrantes asuntos, ni siquiera un poco de “decencia”; exigimos, no obstante, que se esgrima un poco de valor y que se reconozca descarnadamente que es la imposibilidad de llegar a su destino por vías convencionales la que les obliga a prestarse a tan arriesgado viaje, es la prohibición de los distintos gobiernos la que les impide acceder a las islas o la península sin jugarse la vida ¿O acaso se cree que con el dinero que, después de vender sus casas y pertenencias, consiguen atesorar para pagarle al “granuja” de turno, no tendrían suficiente para pagarse un billete de barco o avión?... no nos engañemos, dejemos de disimular y de encubrirnos tras una vergonzante y fingida ignorancia, es verdad que son muchos los que desangran a los inmigrantes como sanguijuelas aún antes de embarcarse, y muchos los que han convertido sus efímeras vidas en un negocio, pero no olvidemos que a la cabeza de estos manejos están la comunidad empresarial y el Estado. Son los distintos poderes, centrales y locales, los que les niegan la posibilidad de viajar tal y como lo haría cualquier otra persona, cerrándoles las “fronteras” en la cara y obligándoles a sumergirse así en lo más hondo del Atlántico; son los miembros de la estirpe patronal, en connivencia con el Gobierno, los que hinchan sus estómagos mediante la persecución e ilegalización de los inmigrantes

¿O qué creíamos si no que se obtenía declarándolos “ilegales”? Se consigue, potencialmente, poder acallar y silenciar los más justos gritos de protesta, se consigue hostigar y estigmatizar a un individuo hasta tal punto que no se le deja más salida que aceptar las condiciones de vida y trabajo más misérrimas como si, encima, se le estuviera haciendo un favor. Con la “ilegalización” se obtienen pléyades de obreros que están dispuestos a aceptar las más ignominiosas cargas laborales sin poder tan siquiera bosquejar una tímida protesta, siempre ante la amenaza de la deportación, de la denuncia y la delación, de la policía, el internamiento, u otras, aún peores, medidas de amordazamiento. Se logra que miles de individuos sufran de forma silenciosa unas circunstancias tan lamentables que harían que la mayoría de los llamados “trabajadores occidentales” plantearan grandes huelgas y manifestaciones si fueran conscientes de que ellos también sufren algo similar, y sobre todo, si no estuvieran abotargados por las migajas que les prometen los “sindicatos legalistas”. Se logra, al fin y al cabo, obreros que produzcan riqueza, inquilinos y consumidores obligados a devolver esa nimia parte que se les ha dado a cambio de lo producido, incluso esclavos sexuales para saciar los más “bajos instintos”, y todo ello a un costo mucho más bajo del habitual. Sin embargo, y a pesar de lo esgrimido, todo esto no es un producto infuso de la ilegalización en sí misma, pues esta solo tiene una dotación o bien represiva o bien prismática, pues únicamente puede hacer que las cosas se muestren de una u otra forma, pero no es capaz de modificar ni la intención, ni la propia naturaleza de la opresión, muy al contrario, tan solo sabe ratificarla y exacerbarla. Es más, en su papel de cancerbero de esta última, su principal finalidad, en su dimensión positiva, será modificar el continente y mantener intocable el contenido; mientras que, en su dimensión negativa, solo intentará neutralizar a cualquiera que se atreva a cuestionar la importancia del continente, y a impugnar la validez del contenido.

Y por si fuera poco, con las maniobras antes bosquejadas, los próceres de la “pecuniocracia” pueden matar a dos pájaros de un tiro, pues se suele condicionar a la “población autóctona” para que vea en los “trabajadores extranjeros” un “inminente peligro” para sus puestos de trabajo y sus limitados accesos a los servicios sociales. Pero ¿cuál es el objetivo de tal procedimiento? Obvio, que la gente no lance sus iras contra quienes de verdad la merecen, que no fijen su vista en la deficiencias sanitarias, que no se preocupen en señalar las negligencias administrativas, y, específicamente, que desvíen su atención de todos aquellos que se enriquecen a su costa, esa gangrena supurante que todo lo corroe y que todo lo controla, la selecta clase empresarial. Son ellos los responsables de la precaria situación laboral, son ellos los mismos que mientras hacen peligrar los puestos de trabajo, se enriquecen con ficticias carestías, los que especulan con los bienes de consumo básicos, mientras su altísimo nivel de vida permanece intacto. Son estos los mismos que obligan y manipulan a los nativos de un lugar para que culpen de sus males a lo que son aún más desgraciados que ellos, así, rompiendo la cadena por el “eslabón más débil” se consigue que queden preservados los nudos más voluminosos y pesados, en definitiva, que los verdaderos responsables de las penurias colectivas sean ignorados o exculpados, e incluso, paradójicamente, defendidos.

Es esta la archiconocida táctica ya usada por Hitler y los suyos después de 1933, culpándose a la indefensa minoría judía de los males sociales se consiguió encubrir a los verdaderos culpables de la desastrosa situación económica, así quedaba eximido el patriotismo y el militarismo responsable de la primera gran guerra, también el desalmado capitalismo -al que solo criticaban de boquilla- promotor de tal cosa y que siguió enriqueciéndose después de la catástrofe bélica, incluso a la corrupta clase política que posibilitó, con su actuación, el ascenso al poder del nazismo y de la cual la curia fascista se convirtió en aventajados alumnos. La táctica nazi conseguía por consiguiente que la justa indignación de la gente se focalizara en un punto más conveniente para los intereses de los jerarcas… resultado, 12 años bajo el Imperio del Terror, sin maquillaje, y 6.000.000 millones de judíos asesinados impunemente.

Las personas “bien pensantes” llamarían “desquiciados y demagogos” a quienes intentaran comparar al gobierno nazi con los distintos gobiernos que han ignorado, y siguen ignorando, las muertes que provocan sus fronteras. También atacarían ferozmente a quienes trataran de igualar a Rajoy y sus “propuestas” con las que lanzaba Hitler desde el púlpito o la poltrona, y a los que se atrevieran a parangonar el Holocausto con las muertes que se producen en el mar, en las alambradas, o incluso en las comisarías y aviones de deportación, pero ¿acaso alguien después de contabilizar cuántos muertos, y asesinados, llevamos ya por dichas circunstancias, ha reunido el suficiente coraje para trascender de esas estadísticas, y convertir a los dígitos en personas?... Por supuesto que no, parece ser que hay que esperar a que se llegue a la infame cifra de los seis mil millares para que los cadáveres adquieran la categoría de víctimas, para que a este genocidio encubierto pueda concedérsele el rango de Holocausto; y mientras que eso llega, hay que mirar hacia otro lado. Lo mismo hizo el mundo en los años 30 y 40 del pasado siglo, tan solo para poder, hinchados de fariseísmo, “echarse las manos a la cabeza” en los juicios de Nüremberg.

Pero que nadie se lleve a engaños, que su ingenuidad no les juegue una mala pasada, como ya mencionamos anteriormente, la legalidad no cambiaría en nada la situación real de los inmigrantes, tal abstracción no influiría en absoluto. La Ley solo se encarga de darle el envoltorio de legitimidad a lo que ya es un hecho consumado. Los inmigrantes, “legales o ilegales”, seguirán siendo explotados en las mismas denigrantes e intolerables condiciones, tan solo cambiarían los ojos con los que muchos les miran y, por tanto, las atenciones que les dispensarían los sindicatos progubernamentales, que quizás pasarían de la más cruenta utilización folklórica a una suerte de paternalismo amarillista, pues para algunos solo siguen existiendo los problemas y personas que el Estado accede a sancionar.

Sin embargo, parece ser que este calvario no es suficiente para algunos, aún hay que añadirles escenas al martirologio, no vasta con morir ahogado, con la espada de Damocles de la deportación, o padeciendo la explotación más abyecta, además ahora, verbi gracia a la ultra derecha “española”, debe uno “claudicar”.

Es eso, queridos míos, lo que significa “integración”, no es más que un burdo vocablo mediante cuya mitificación se intentan encubrir a los propios “fantasmas” de la xenofobia. El mismo término que usan como subterfugio aquellos que no se atreven a reconocer a su incómodo sinónimo, el siempre socorrido, y dudoso, “arte” de la “subyugación”.

Arrogándose un abominable “cetro cultural”, creen poder convencernos de su fingida “superioridad”, la misma que les movió siglos atrás, como representantes de la “elevada Civilización Occidental” y del “evangelizador Reino de Dios”, a masacrar impunemente a los habitantes de las Islas Canarias o a los de las Filipinas, a los del Continente Americano, a los del Africano… ahora que formulo tales palabras me resulta irónica la facilidad que existe para apoyar una acción colonizadora y no un movimiento migratorio, pues esto solo significa que vemos mejor un viaje que ocasione muerte que uno que ocasiona vida, uno cuya motivación sea la ambición, la conquista a sangre y fuego y la consecución de una auténtica hecatombe, a uno que esté motivado por la necesidad, y en la que el único objetivo sea trabajar y tener la posibilidad de asegurar la propia existencia.

¿Quién de entre los que se consideran herederos de esa civilización imperialista y homicida puede darnos lección alguna de comportamiento? Creen que su “cultura”, sus “tradiciones” y “razas” son superiores al resto, pero mientras en otras partes del mundo se mantiene la repugnante lacra de la ablación, en España el número de mujeres asesinadas, víctimas de la “violencia de género”, sigue disparándose día a día. Mientras se habla del “machismo” de otras latitudes, en su “evolucionado” suelo español las mujeres siguen siendo quemadas, apuñaladas, atropelladas o estranguladas por “patriarcales” manos masculinas. Mientras se usa como buque insignia el asunto del “velo islámico” -a veces un complemento voluntario y otras horriblemente impuesto-, se permanece insensible a las modas, prejuicios y estereotipos que se le sigue imponiendo a la mujer “occidental” nada más nacer, desde las perforaciones en los lóbulos de las recién nacidas, hasta la despiadada marginación que sufren las niñas y mujeres que no se visten, o poseen el cuerpo, que ha estipulado el vigente canon. Mientras se habla del “atraso social” que padecen otras regiones del globo, nadie habla de la despiadada situación laboral que viven miles de trabajadores -especialmente si son mujeres- en este paradigma del “bienestar”, nadie habla tampoco de las legiones de seres humanos que mueren cada día en las calles por una cuestión tan “prosaica” y que consideramos tan “lejana” como el hambre, nadie habla siquiera de esas innumerables vidas que son devoradas, a fuerza de prostitución, por el feroz “apetito sexual” de los padres e hijos de esta ejemplar “democracia burguesa”… ¿Es este el excelso parangón de las virtudes de la civilización? Entonces, señores míos, permítanme que me considere el más orgulloso de los salvajes.

Nadie en este mundo puede creerse dotado para dar “clases magistrales” de “humanitarismo”, y menos aún aquellos que hacen apología de una historia tan nefasta, de un sistema tan insalubre, y de un entramado social tan obtuso.

El problema podrá deberse quizás a lo endeble que es la memoria de los jerarcas, olvidan, quizás, que la pobreza que atenaza al mal llamado “tercer mundo” se debe principalmente a la esquilmación sistemática que este último sufrió, y sigue sufriendo, a manos del colonialismo, llamado así antaño, y hoy rebautizado con el sugestivo nombre de “globalización”. Proceso que vuelve a desvelarnos una curiosa contradicción, la facilidad que tienen las multinacionales como Telefónica o Repsol -u otras más inclinadas a intereses bancarios, agrícolas o minerales- para asentarse en otros continentes y así poder enriquecerse a través de las más descaradas formas de usurpación, y lo difícil que lo tienen, no obstante, los habitantes de esos mismos continentes para trasladarse al país de origen de esas empresas, simplemente para intentar mantenerse con vida… es el primer caso conocido en el que el ladrón tiene la desfachatez de hacerle reproches a sus víctimas.

Después, entendidas así las cosas, viene la hora de las excusas. Acabo de oír, precisamente, esos auténticos gruñidos guturales que se están lanzando con respecto a la sanidad pública y los inmigrantes. El caso es claro y se definirá con un sencillo ejemplo, imaginemos que en un pueblo solo hubieran 20 casas para 30 habitantes, lo lógico sería, según la chusma reaccionaria del PP, echarle la culpa del déficit de viviendas a los últimos en llegar, a los que tuvieran otro color de piel u otro lugar de nacimiento; sí señores, si nosotros no tenemos casa no es problema de que no se hayan construido las suficientes, de que el capital que todos hemos aportado para tal menester -incluyendo a los últimos en llegar y demás- se haya despilfarrado, o de una gestión incompetente, en absoluto, la culpa es sin embargo de todas esas personas que necesitan una techumbre… así, podremos hacer análogo este ejemplo a todas las situaciones prácticas de la vida, si mañana no hubiera comida en el mercado, no sería culpa de la escasez productiva o de los errores en el transporte, sería culpa de toda esa gente que, al igual que nosotros, necesita comer, si mañana tardáramos 3 horas para que nos atendieran las urgencias hospitalarias, no sería culpa de una sanidad mal diseñada o de los pocos efectivos médicos, sería culpa de toda esa gente que, como nosotros, está enferma… tal procedimiento solo tiene un fallo ¿Qué le impide a ese “nosotros” convertirse en los “otros”?, ¿Qué les detiene, en definitiva, a considerarse a sí mismos como culpables, ya que su necesidad de techumbre, de comida y de sanidad es idéntica a la de los demás?, absolutamente nada… respuestas como el color de la piel o el lugar de nacimiento son argumentos tan vacuos y patéticos que caen por su propio peso, pues no creo que nadie viera lógico que al viajar a otra ciudad o país, su pigmentación, o su origen, le invalidarían a la hora de tener acceso a unas condiciones mínimas de vida, nadie se conformaría con la explicación de que ni él ni sus familiares pueden comprar comida, resguardarse del frió o recibir asistencia médica, por el hecho de ser “extranjeros”, y si así fuera todos tendrían que reconocer que están padeciendo y presenciado una flagrante injusticia ¿Están entonces dispuestos a reproducirla?.

Fuera como fuese un hecho es seguro, poco son los que se atreverían a responsabilizar a los únicos y verdaderos culpables de dichas arbitrariedades: el Estado y a sus aláteres.

Pero las cosas no se quedarán aquí, ahora comienza la verdadera ofensiva, se asociara rápidamente a la inmigración con la delincuencia, los principales lideres políticos se fotografiaran con inmigrantes que estén aparentemente de acuerdo con dichas medidas, y nos harán creer que esto les libera de cualquier atisbo de racismo, representando, tan codiciadas imágenes, un espaldarazo para su supuesta legitimidad (como si un abusador infantil posara con un niño para poder atestiguar después el consentimiento de su victima), y justamente, en estos momentos, oigo por la radio que se esta planteado facilitar la entrada de los “foráneos” que provengan de zonas “antiguamente” colonizadas -en detrimento de los que no- y establecer una suerte de “carné por puntos” para los inmigrantes… es verdaderamente vomitivo, si tales medidas no son xenófobas, ni discriminatorias, ni segregadoras ¿Por qué no obligar a todo “trabajador y ciudadano”, también a los de “nacionalidad española”, a que firmen dicho contrato sobre las “costumbres” y a que posean su correspondiente “carné”? espero que ante tal ocurrencia todos puedan romper dicho documento en las propias barbas de quién les ordene solicitarlo o expedirlo.

Intentare acortar este texto porque preveo que, con el transcurrir de las horas, la información que aún nos queda por digerir y la magnitud de los acontecimientos, mi humilde artículo puede acabar por convertirse en una verdadera novela de terror, carente de ficción pero inundada de grafica sangre.

Sorprende, sobre todo, que la Iglesia, esa que tanto ha sabido manifestar su descontento ante determinadas medidas políticas y gubernamentales, no se haya atrevido a abrir la boca contra una “propuesta” que tanto contradice al celebérrimo “ama a tu prójimo” y a la mayoría de las palabras del buen hijo del carpintero, ese que seguía reivindicando que “Todos somos hijos de Dios”… quizás sea yo el que peca aquí de inocente, y la Iglesia ya haya expresado su opinión, precisamente, a través de su deleznable emisora de radio.

Hoy se intenta obligar a los inmigrantes a que se sometan al silencio. El surrealista motivo que se arguye es que “no son españoles”, y esto les condena a los trabajos más brutales y precarios, les aleja de los dudosos parabienes de las universidades, gracias a la criba económica, y les convierte en la nueva imagen del esclavo del siglo XXI, pero ¿bastarán estos motivos para contentar y acallar a sus hijos? Cuando a estos, nacidos ya en “territorio español”, no se les pueda esgrimir causa alguna de nacionalidad que “excuse” su situación, cuando ya no tengan la sempiterna amenaza de la guadaña de la deportación sobre sus cabezas, cuando ya no se hallen eufemismos validos que intenten “justificar” sus insoportables condiciones de vida, cuando el racismo quede desnudo y ya no le caliente el manto que le proporcionó el populismo y la demagogia, será entonces cuando todo ese descontento estallará. Y el lugar de todos los desposeídos, de una u otra pigmentación, nacidos en uno u otro lugar, será el mismo, y también se dirigirá, inevitablemente, contra los mismos.

Ese día en todos los corazones podrá empezar a palpitar algo muy parecido a la Libertad.


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