Jean-Jacques Liabeuf
(por Teresa Azotacalles)
El 11 de Enero de 1886 nacía en St-Etienne (Francia), Jean-Jacques Liabeuf.
La estela de Liabeuf no ha trascendido tanto como la de otros “activistas” Anarquistas, sin embargo, en su época esta estela fue excepcionalmente brillante, digamos cegadora.
El 11 de Enero de 1886 nacía en St-Etienne (Francia), Jean-Jacques Liabeuf.
La estela de Liabeuf no ha trascendido tanto como la de otros “activistas” Anarquistas, sin embargo, en su época esta estela fue excepcionalmente brillante, digamos cegadora.
Joven y habilidoso zapatero, pierde su trabajo por su militancia Anarquista... se reproduce el itinerario que ya conocemos, cuando de “propagandistas por el hecho” se trata: hambre, desesperación, y finalmente, expropiar para comer.
Pasa varias temporadas en la cárcel... sus expropiaciones son tan nimias que la sociedad solo puede catalogarlas como “hurtos”. A su salida de prisión se le hace imposible encontrar trabajo, nadie quiere contratar a un “ladrón”; evidentemente mientras el “ladrón” siga siendo pobre.
Marcha a París en busca de más suerte, allí aparentemente mantiene una relación sentimental con una prostituta, a la que conmina a que abandone el “paradigma” de la esclavitud sexual... una noche una pareja de policías lo encuentran conversando con ella en un callejón, sin más lo inmovilizan, lo golpean, lo detienen y lo llevan a los calabozos bajo la acusación sorprendente de “proxenetismo”... la detención sucedería en Julio de 1909, la condena llegaría el 14 de Agosto, y se saldaría con tres meses de prisión.
Liabeuf no podía creérselo, ¿Cómo podían acusarle de lo que más odiaba?... pero en la cárcel pudo ir atando cabos, según descubriría -él, y en un futuro toda la opinión pública-, ambos policías se dedicaban a “extorsionar” a las prostitutas de la zona, en pocas palabras ellos eran los verdaderos “proxenetas” (ser “chulo” se había convertido en el sobresueldo que habitualmente llevaban los policías a sus casas, hoy es fácilmente extrapolable a esa misma “actividad" o al comercio de drogas y armas).
Unas vez se enteraron de que Liabeuf se dedicaba a convencer a las chicas de la zona de que abandonaran la prostitución, no pudieron consentir ver su “negocio” peligrar... de ahí la acusación falsa (aunque también se han mencionado otros “turbios asuntos”, como las agresiones sexuales en las que ambos policías estaban implicados, y en las que Liabeuf, sensibilidad mediante, se negó, por descontado, a colaborar).
Este asunto hirió gravemente “el orgullo y la dignidad” de Liabeuf; sintiéndose humillado por la calumnia que manchaba sus convicciones se consagró a preparar su venganza.
Nada más salir se dedicó a trabajar noche y día, no tenía dinero, y un único objetivo lo atormentaba... comprar un revolver. Así describe todo el asunto el periódico La Guerre Sociale por mano del “converso”, y posterior chauvinista, Herve:
“Un buen día los burros de buenas costumbres (cuerpo especial de policía que se dedicaba a cuidar esos menesteres `morales´, de igual forma había otra brigada dedicada solo a los Anarquistas. –Nota de la autora) lo detuvieron y condenaron a tres meses de privación de libertad y cinco de suspensión de residencia. Este `apache´ era todo lo que quieras pero no un chulo ¿Se habían equivocado los de buenas costumbres? puede ser. ¿Acaso mintieron, levantaron un falso testimonio para vengarse de la mujer con la que encontraron a nuestro hombre? Es probable, la mayor parte de los burros de "buenas costumbres" se anotan está honorable profesión de chulos, y no retroceden a la hora de levantar un falso testimonio para desembarazarse de un rival.
El apache cumplió la condena.
Salió a mediados de Diciembre.
Una vez en libertad padeció una obsesión: la venganza... encarnizadamente, economizando moneda a moneda de su salario: esa fue su Noche Buena.
Cuando reunió cien francos, se fue a comprar un buen revolver, se fabricó una extraña coraza de cuero erizado de unas puntas de hierro, afiló dos de sus cuchillas de zapatero y armado de pies a cabeza, envuelto en una capa, fue en busca de los dos policías que lo habían hecho condenar...”.
Liabeuf se dirigió a un lóbrego hotel de la calle Aubry-le-Boucher, allí en un estrecho y siniestro corredor esperó a los policías, el espectáculo que dejó a su paso fue dantesco... uno recibió ocho puñaladas, casi todas necesariamente mortales, el otro fue degollado... pero los policías no estaban solos, emergieron a decenas de las habitaciones, pasillos y escaleras, antes de ser detenido vació el tambor sobre otro, coció a uno a cuchilladas, descerrajó tiros a cuantos pudo... y entre tajos y balazos pulverizó a siete e hirió a la gran mayoría... sin embargo uno quedó rezagado, se deslizó tras su espalda y ya acabada la orgía de violencia, clavó su sable en el torso de Liabeuf, atravesando y clavándolo literalmente en la pared (Bernard Thomas dice gráficamente “como una mariposa”) al Anarquista... allí se quedó hasta que llegaron los refuerzos, insultando al gendarme y lamentándose por no haber oído sus pasos chapoteando en la sangre (aunque varias versiones, algunas dignas de consideración, afirman que solo mató a uno de los policías, y que el degollado y los otros sobrevivieron, quedando como balance final un muerto y seis heridos, por lo menos así lo recogen incluso ciertos periódicos sensacionalistas).
Sorprendentemente Liabeuf no murió... todavía le quedaban fuerzas para gritar en el en hospital: “¡Rebaño de bestias! ¡Muéranse! Lo único que lamento es no haber dejado más huérfanos”.
Parecería a primera vista que el caso de Liabeuf iba a crear más antipatías que adhesiones, especialmente por la cacareada “brutalidad” de sus actos... sin embargo, no fue así. Independientemente de las campañas de los Anarquistas, y de Herve y su artículo (antes citado, y por el que se ganó una condena) “¿Debemos matarlo?” -en el que se anticipaba a su probable condena a muerte-, la "masa", siempre tan generosa con los “propagandistas por el hecho”, se lanzó a reclamar “que no guillotinaran al `Ángel Vengador´, que salvaran la vida de Liabeuf”.
Las simpatías se fueron contagiando, los diputados Rochefort, Sembant, Edouard Vaillant y Jaures, declararon en el juicio a su favor. Liabeuf por su parte repetía: “La pena de muerte no me asusta, pero no soy un chulo”. Grandes multitudes se agolpan ante los juzgados y la prisión, todo el mundo quiere salvar la vida de Liabeuf, no les importa la sangre que derramó (el cuerpo de “buenas costumbres” era especialmente odiado, sus abusos eran “vox pupoli”, habían pasado del habitual mangoneo y las humillaciones, a las agresiones más indescriptibles, entre las que se incluían niños, y especialmente niñas, de muy pocos años).
Sin embargo, todo es inútil, Liabeuf es condenado el 7 de Mayo de 1910, a que su cabeza sea cercenada por la guillotina. La sociedad se convulsiona, algunos periodistas (incluso de periódicos burgueses) que tienen permiso para asistir a la ejecución, aceptan ceder sus credenciales a un grupo de Anarquistas que, disfrazados como reporteros, se proponen liberar a Liabeuf cuando sea conducido al cadalso. Desgraciadamente el complot es descubierto y desmantelado.
Herve dice: “Si lo matan habrá más sangre alrededor de la guillotina que debajo de ella”... y tiene razón... una gran muchedumbre, venida de todos los arrabales y suburbios de París, arrojada de todas la fábricas, armadas de piedras y palos se lanzan contra los muros de la prisión; en frente porras y fusiles... el resultado 250 manifestantes heridos y un policía muerto... sin embargo, algo paraliza la titánica batalla, dentro de los muros de la prisión se oyó la voz de Liabeuf, seguía diciendo insistentemente: “Yo no soy un mantenido”, al final el escalofriante sonido de la cuchilla de la guillotina al caer... los golpes, desmayos, porrazos y disparos fueron sustituidos por un único grito: “¡Asesinos!”.
Era la madrugada del 1 al 2 de Julio de 1910.
Participando en los disturbios se encontraban algunos de los que a posteriori pasarían a formar parte de los “Bandidos Trágicos”, esos a quienes se conocería como “La Banda Bonnot”. Entre los cuales podemos mencionar a Raymond Callemin, Rene Valet, y Octave Garnier, todos ellos tan severamente impresionados por el acto de Liabeuf, que llegarían a reconocer, incluso, cierta inspiración en su “martirologio” cuando decidieron lanzarse a la “acción ilegalista”… quizás ese fuera su inesperado “legado”
Aunque también, casi a modo de epitafio, quedarían estas palabras de Herve: “Me parece que en este siglo nuestro de flojos e indolentes, ha dado una hermosa lección de valentía a la multitud de gente honrada. ¡Ay la gente honrada! ¡Pásenle a este apache la mitad de la virtud de la que hacen gala y pídanle a cambio un cuarto de su energía y de su coraje!”.
Pasa varias temporadas en la cárcel... sus expropiaciones son tan nimias que la sociedad solo puede catalogarlas como “hurtos”. A su salida de prisión se le hace imposible encontrar trabajo, nadie quiere contratar a un “ladrón”; evidentemente mientras el “ladrón” siga siendo pobre.
Marcha a París en busca de más suerte, allí aparentemente mantiene una relación sentimental con una prostituta, a la que conmina a que abandone el “paradigma” de la esclavitud sexual... una noche una pareja de policías lo encuentran conversando con ella en un callejón, sin más lo inmovilizan, lo golpean, lo detienen y lo llevan a los calabozos bajo la acusación sorprendente de “proxenetismo”... la detención sucedería en Julio de 1909, la condena llegaría el 14 de Agosto, y se saldaría con tres meses de prisión.
Liabeuf no podía creérselo, ¿Cómo podían acusarle de lo que más odiaba?... pero en la cárcel pudo ir atando cabos, según descubriría -él, y en un futuro toda la opinión pública-, ambos policías se dedicaban a “extorsionar” a las prostitutas de la zona, en pocas palabras ellos eran los verdaderos “proxenetas” (ser “chulo” se había convertido en el sobresueldo que habitualmente llevaban los policías a sus casas, hoy es fácilmente extrapolable a esa misma “actividad" o al comercio de drogas y armas).
Unas vez se enteraron de que Liabeuf se dedicaba a convencer a las chicas de la zona de que abandonaran la prostitución, no pudieron consentir ver su “negocio” peligrar... de ahí la acusación falsa (aunque también se han mencionado otros “turbios asuntos”, como las agresiones sexuales en las que ambos policías estaban implicados, y en las que Liabeuf, sensibilidad mediante, se negó, por descontado, a colaborar).
Este asunto hirió gravemente “el orgullo y la dignidad” de Liabeuf; sintiéndose humillado por la calumnia que manchaba sus convicciones se consagró a preparar su venganza.
Nada más salir se dedicó a trabajar noche y día, no tenía dinero, y un único objetivo lo atormentaba... comprar un revolver. Así describe todo el asunto el periódico La Guerre Sociale por mano del “converso”, y posterior chauvinista, Herve:
“Un buen día los burros de buenas costumbres (cuerpo especial de policía que se dedicaba a cuidar esos menesteres `morales´, de igual forma había otra brigada dedicada solo a los Anarquistas. –Nota de la autora) lo detuvieron y condenaron a tres meses de privación de libertad y cinco de suspensión de residencia. Este `apache´ era todo lo que quieras pero no un chulo ¿Se habían equivocado los de buenas costumbres? puede ser. ¿Acaso mintieron, levantaron un falso testimonio para vengarse de la mujer con la que encontraron a nuestro hombre? Es probable, la mayor parte de los burros de "buenas costumbres" se anotan está honorable profesión de chulos, y no retroceden a la hora de levantar un falso testimonio para desembarazarse de un rival.
El apache cumplió la condena.
Salió a mediados de Diciembre.
Una vez en libertad padeció una obsesión: la venganza... encarnizadamente, economizando moneda a moneda de su salario: esa fue su Noche Buena.
Cuando reunió cien francos, se fue a comprar un buen revolver, se fabricó una extraña coraza de cuero erizado de unas puntas de hierro, afiló dos de sus cuchillas de zapatero y armado de pies a cabeza, envuelto en una capa, fue en busca de los dos policías que lo habían hecho condenar...”.
Liabeuf se dirigió a un lóbrego hotel de la calle Aubry-le-Boucher, allí en un estrecho y siniestro corredor esperó a los policías, el espectáculo que dejó a su paso fue dantesco... uno recibió ocho puñaladas, casi todas necesariamente mortales, el otro fue degollado... pero los policías no estaban solos, emergieron a decenas de las habitaciones, pasillos y escaleras, antes de ser detenido vació el tambor sobre otro, coció a uno a cuchilladas, descerrajó tiros a cuantos pudo... y entre tajos y balazos pulverizó a siete e hirió a la gran mayoría... sin embargo uno quedó rezagado, se deslizó tras su espalda y ya acabada la orgía de violencia, clavó su sable en el torso de Liabeuf, atravesando y clavándolo literalmente en la pared (Bernard Thomas dice gráficamente “como una mariposa”) al Anarquista... allí se quedó hasta que llegaron los refuerzos, insultando al gendarme y lamentándose por no haber oído sus pasos chapoteando en la sangre (aunque varias versiones, algunas dignas de consideración, afirman que solo mató a uno de los policías, y que el degollado y los otros sobrevivieron, quedando como balance final un muerto y seis heridos, por lo menos así lo recogen incluso ciertos periódicos sensacionalistas).
Sorprendentemente Liabeuf no murió... todavía le quedaban fuerzas para gritar en el en hospital: “¡Rebaño de bestias! ¡Muéranse! Lo único que lamento es no haber dejado más huérfanos”.
Parecería a primera vista que el caso de Liabeuf iba a crear más antipatías que adhesiones, especialmente por la cacareada “brutalidad” de sus actos... sin embargo, no fue así. Independientemente de las campañas de los Anarquistas, y de Herve y su artículo (antes citado, y por el que se ganó una condena) “¿Debemos matarlo?” -en el que se anticipaba a su probable condena a muerte-, la "masa", siempre tan generosa con los “propagandistas por el hecho”, se lanzó a reclamar “que no guillotinaran al `Ángel Vengador´, que salvaran la vida de Liabeuf”.
Las simpatías se fueron contagiando, los diputados Rochefort, Sembant, Edouard Vaillant y Jaures, declararon en el juicio a su favor. Liabeuf por su parte repetía: “La pena de muerte no me asusta, pero no soy un chulo”. Grandes multitudes se agolpan ante los juzgados y la prisión, todo el mundo quiere salvar la vida de Liabeuf, no les importa la sangre que derramó (el cuerpo de “buenas costumbres” era especialmente odiado, sus abusos eran “vox pupoli”, habían pasado del habitual mangoneo y las humillaciones, a las agresiones más indescriptibles, entre las que se incluían niños, y especialmente niñas, de muy pocos años).
Sin embargo, todo es inútil, Liabeuf es condenado el 7 de Mayo de 1910, a que su cabeza sea cercenada por la guillotina. La sociedad se convulsiona, algunos periodistas (incluso de periódicos burgueses) que tienen permiso para asistir a la ejecución, aceptan ceder sus credenciales a un grupo de Anarquistas que, disfrazados como reporteros, se proponen liberar a Liabeuf cuando sea conducido al cadalso. Desgraciadamente el complot es descubierto y desmantelado.
Herve dice: “Si lo matan habrá más sangre alrededor de la guillotina que debajo de ella”... y tiene razón... una gran muchedumbre, venida de todos los arrabales y suburbios de París, arrojada de todas la fábricas, armadas de piedras y palos se lanzan contra los muros de la prisión; en frente porras y fusiles... el resultado 250 manifestantes heridos y un policía muerto... sin embargo, algo paraliza la titánica batalla, dentro de los muros de la prisión se oyó la voz de Liabeuf, seguía diciendo insistentemente: “Yo no soy un mantenido”, al final el escalofriante sonido de la cuchilla de la guillotina al caer... los golpes, desmayos, porrazos y disparos fueron sustituidos por un único grito: “¡Asesinos!”.
Era la madrugada del 1 al 2 de Julio de 1910.
Participando en los disturbios se encontraban algunos de los que a posteriori pasarían a formar parte de los “Bandidos Trágicos”, esos a quienes se conocería como “La Banda Bonnot”. Entre los cuales podemos mencionar a Raymond Callemin, Rene Valet, y Octave Garnier, todos ellos tan severamente impresionados por el acto de Liabeuf, que llegarían a reconocer, incluso, cierta inspiración en su “martirologio” cuando decidieron lanzarse a la “acción ilegalista”… quizás ese fuera su inesperado “legado”
Aunque también, casi a modo de epitafio, quedarían estas palabras de Herve: “Me parece que en este siglo nuestro de flojos e indolentes, ha dado una hermosa lección de valentía a la multitud de gente honrada. ¡Ay la gente honrada! ¡Pásenle a este apache la mitad de la virtud de la que hacen gala y pídanle a cambio un cuarto de su energía y de su coraje!”.
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