lunes, 8 de septiembre de 2008

El Bautismo de la Anarquía

El Bautismo de la Anarquía
(Presentamos a continuación el fragmento del ¿Qué es la Propiedad?, elaborado por Joseph-Pierre Proudhon en 1840, y en el que se reivindica por primera vez el término Anarquía como sinónimo de Orden. Muchos lo han considerado un texto “fundacional”, pero realmente solo se trata de un musculoso ejercicio “nominal”; tratar de darle nombre a un sentimiento que escapa de todas las nomenclaturas, que evade todos los corsés sistemáticos, ese imperecedero elemento que a través de la historia hemos conocido como Desobediencia, Rebeldía, Libertad, y que hoy nos complacemos en llamar Anarquía)


[…] -¿Qué forma de gobierno es preferible? -¿Y aún lo preguntáis? -contestará inmediatamente cualquiera de mis jóvenes lectores-. -¿No sois republicanos? -Republicano soy, en efecto, pero esta palabra no precisa nada. Res pública es la cosa pública, y por esto quien ame la cosa pública, bajo cualquier forma de gobierno, puede llamarse republicano. Los reyes son también republicanos. -¿Sois entonces demócrata? -No. -¿Acaso sois monárquico? -No. -¿Constitucional? -Dios me libre. -¿Aristócrata? -Todo menos eso. -¿Queréis, pues, un gobierno mixto? -Menos todavía. -¿Qué sois entonces? -Soy anarquista. -Ahora os comprendo; os estáis mofando de la autoridad. -En modo alguno: acabáis de oír mi profesión de fe seria y detenidamente pensada. Aunque amigo del orden, soy anarquista en toda la extensión de la palabra […]

Desde el momento en que por la comparación de los méritos se reputó mejor al más fuerte, éste ocupó el lugar del más anciano y la monarquía se constituyó en despotismo.
El origen espontáneo, instintivo, y por decirlo así, fisiológico de la monarquía, le presta en sus principios un carácter sobrehumano; los pueblos la atribuyen a los dioses, quienes, según afirmaban, descendían los primeros reyes: de ahí genealogías divinas de las familias reales, las humanizaciones de los dioses, las fábulas del Mesías. De ahí la doctrina del derecho divino, que aún cuenta tan decididos campeones. La monarquía fue en un principio electiva, porque en el tiempo en que el hombre producía poco y apenas poseía algo, la propiedad era demasiado débil para sugerir la idea de la herencia y para garantizar al hijo el cetro de su padre. Pero cuando se roturaron los campos y se edificaron las ciudades, las funciones sociales, como las cosas, fueron apropiadas. De ahí las monarquías y los sacerdocios hereditarios; de ahí la herencia impuesta hasta en las profesiones más vulgares, cuya circunstancia implica la división de castas, el orgullo nobiliario, la abyección de todo trabajo físico […]

Ni la herencia, ni la elección, ni el sufragio universal, ni la excelencia del soberano, ni la consagración de la religión y del tiempo, legitiman la monarquía. Bajo cualquier forma que se manifieste, el gobierno del hombre por el hombre es ilegal y absurdo.
El hombre, para conseguir la más rápida y perfecta satisfacción de sus necesidades, busca la regia. En su origen, esta regla es para él viviente, visible y tangible; es su padre, su amo, su rey. Cuanto más ignorante es el hombre, más obediente es y mayor y más absoluta la confianza que pone en quien le dirige. Pero el hombre, cuya ley es conformarse a la regla, llega a razonar las órdenes de sus superiores, y semejante razonamiento es ya una protesta contra la autoridad, un principio de desobediencia. Desde el momento en que el hombre trata de hallar la causa de la voluntad que manda, es un rebelde. Si obedece, no porque el rey lo mande, sino porque el mandato es justo, a su juicio, puede afirmarse que no reconoce ninguna autoridad y que el individuo es rey de sí mismo. Desdichado quien se atreva a regirle y no le ofrezca como garantía de sus leyes más que los votos de una mayoría; porque, más o menos pronto, la minoría se convertiría en mayoría, y el imprudente déspota será depuesto y sus leyes aniquiladas.
A medida que la sociedad se civiliza, la autoridad real disminuye; es éste un hecho comprobado por la historia. En el origen de las naciones, los hombres no reflexionan y razonan torpemente. Sin métodos, sin principios, no saben ni aun hacer uso de su razón; no distinguen claramente lo justo de lo injusto. Entonces la autoridad de los reyes es inmensa, ya que no puede ser contradicha por los sometidos […]

Hasta ese momento todo sucede de modo instintivo, sin que los interesados se den cuenta exacta de ello; pero veamos el término fatal de ese movimiento. A fuerza de instruirse y de adquirir ideas, acaba el hombre por adquirir la idea de ciencia, es decir, la idea de un sistema de conocimientos adecuados a la realidad de las cosas y deducidos de la observación. Investiga entonces en la ciencia el sistema de los cuerpos inanimados, el de los cuerpos orgánicos, el del espíritu humano, el del mundo; ¿y cómo no investigar también el sistema de la sociedad? Una vez llegado a este punto, comprende que la verdad, en la ciencia política es independiente por completo de la voluntad del soberano, de la opinión de las mayorías y de las creencias vulgares; y que reyes, ministros, magistrados y pueblos, en cuanto son voluntades, nada significan por la ciencia y no merecen consideración alguna. Comprende al mismo tiempo que si el hombre es sociable por naturaleza, la autoridad de su padre acaba desde el día en que, formada ya su razón y completada su educación, se convierte en su asociado; que su verdadero señor y rey es la verdad demostrada; que la política es una ciencia y no un convencionalismo, y que la función del legislador se reduce, en último extremo, a la investigación metódica de la verdad […]

Así como el derecho de la fuerza y el de la astucia se restringen por la determinación cada vez mayor de la idea de justicia y acabarán por desaparecer en la igualdad, la soberanía de la voluntad cede ante la soberanía de la razón y terminará por aniquilarse en un socialismo científico. La propiedad y la autoridad están amenazadas de ruina desde el principio del mundo, y así como el hombre busca la justicia en la igualdad, la sociedad aspira al orden en la anarquía.

Anarquía, ausencia del señor, de soberano (El sentido que vulgarmente se atribuye a la palabra anarquía es ausencia de principio, ausencia de regla, y por esta razón se tiene por sinónima de desorden. (N. del A.)), tal es la forma de gobierno, a la que nos aproximamos de día en día, y a la que, por el ánimo inveterado de tomar el hombre por regla y su voluntad por ley, miramos como el colmo del desorden y la expresión del caos. Refiérase que allá por el siglo XVII un vecino de París oyó decir que en Venecia no había rey alguno, y tal asombro causó al pobre hombre la noticia, que pensó morirse de risa al oír una cosa para él tan ridícula. Tal es nuestro prejuicio. Cada uno de nosotros desea tener, sin darse a veces cuenta de ello, uno o varios jefes, no faltando comunistas que sueñan, como Marat, con una dictadura […]

Atribuir a un poder cualquiera el derecho del veto y de la sanción, es el colmo de la tiranía […]

El propietario, el ladrón, el héroe, el soberano, porque todos estos nombres son sinónimos, imponen su voluntad como ley y no permiten contradicción ni intervención, es decir, que intentan ejercer el poder legislativo y el ejecutivo a la vez. Por eso la sustitución de la voluntad real por la ley científica y verdadera no puede realizarse sin lucha encarnizada. Después de la propiedad, tal sustitución es el más poderoso elemento de la historia, la causa más fecunda de las alteraciones políticas. Los ejemplos de esto son demasiado numerosos y evidentes para que se detenga a enumerarlos.

La propiedad engendra necesariamente el despotismo, el gobierno de lo arbitrario, el imperio de una voluntad libidinosa. Tan esencial es esto en la propiedad, que para convencerse de ello basta recordar lo que la propiedad es y fijarse en lo que ocurre a nuestro alrededor. La propiedad es el derecho de usar y abusar. Por consiguiente, si el gobierno es economía, si tiene por único objeto la producción y el consumo, la distribución de los trabajos y de los productos, ¿cómo ha de ser posible con la propiedad? Si los bienes son objeto de propiedad, ¿cómo no han de ser reyes los propietarios, y reyes despóticos, según la proporción de sus derechos dominicales? Y si cada propietario es soberano en la esfera de su propiedad, rey inviolable en toda la extensión de su dominio, ¿cómo no ha de ser un caos y una confusión un gobierno constituido por propietarios? […]

Por tanto, no es posible gobierno, ni economía política, ni administración pública que tenga la propiedad por fundamento […]

La libertad es la anarquía […]

He concluido la obra que me había propuesto; la propiedad está vencida: ya no se levantará jamás. En todas partes donde este libro se lea, existirá un germen de muerte para la propiedad: y allí, más o menos pronto, desaparecerán el privilegia y la servidumbre. Al despotismo de la voluntad sucederá al fin el reinado de la razón. ¿Qué sofismas ni que prejuicios podrán contrarrestar la sencillez de estas proposiciones?

I. La posesión individual es la condición de la vida social. Cinco mil años de propiedad lo demuestran: la propiedad es el suicidio de la sociedad. La posesión es de derecho; la propiedad es contra el derecho. Suprimid la propiedad conservando la posesión, y con esta sola modificación habréis cambiado por completo las leyes, el gobierno, la economía, las instituciones: habréis eliminado el mal de la tierra.

II. Siendo igual para todos el derecho de ocupación, la posesión variará con el número de poseedores: la propiedad no podrá constituirse.

III. Siendo también igual para todos el resultado del trabajo, es imposible la formación de la propiedad por la explotación ajena y por el arriendo.

IV. Todo trabajo humano es resultado necesario de una fuerza colectiva; la propiedad, por esa razón, debe ser colectiva e indivisa. En términos más concretos, el trabajo destruye la propiedad.

V. Siendo toda aptitud para el trabajo, lo mismo que todo instrumento para el mismo, un capital acumulado, una propiedad colectiva, la desigualdad de remuneración y de fortuna, so pretexto de desigualdad de capacidades, es injusticia y robo.

VI. El comercio tiene por condiciones necesarias la libertad de los contratantes y la equivalencia de los productos cambiados. Pero siendo la expresión del valor la suma de tiempo y de gastos que cuesta cada producto y la libertad inviolable, los trabajadores han de ser necesariamente iguales en salarios, como lo son en derechos y en deberes.

VII. Los productos sólo se adquieren mediante productos; pero siendo condición de todo cambio la equivalencia de los productos, el lucro es imposible e injusto. Aplicad este principio elemental de economía y desaparecerán el pauperismo, el lujo, la opresión el vicio, el crimen y el hambre.

VIII. Los hombres están asociados por la ley física y matemática de la producción antes de estarlo por su asentimiento: por consiguiente, la igualdad de condiciones es de justicia, es decir, de derecho social, de derecho estricto; el afecto, la amistad, la gratitud, la admiración, corresponden al derecho equitativo o proporcional.

IX. La asociación libre, la libertad, que se limita a mantener la igualdad en los medios de producción y la equivalencia en los cambios, es la única forma posible de sociedad, la única justa, la única verdadera.

X. La política es la ciencia de la libertad. El gobierno del hombre, cualquiera que sea el nombre con que se disfrace, es tiranía; el más alto grado de perfección de la sociedad está en la unión del orden y de la anarquía.


[…] Y vosotros, pobres víctimas de una ley odiosa, vosotros a quienes un mundo estúpido despoja y ultraja, vosotros, cuyo trabajo fue siempre infructuoso y vuestro esperar sin esperanza, consolaos; vuestras lágrimas están contadas. Los padres han sembrado en la aflicción, los hijos cosecharán en la alegría.

¡Oh, Dios de libertad! ¡Dios de igualdad! Tú, que has puesto en mi corazón el sentimiento de la justicia antes que mi razón llegase a comprenderla, oye mi ardiente súplica. Tú eres quien me ha inspirado cuanto acabo de escribir. Tú has formado mi pensamiento, dirigido mi estudio, privado mi corazón de malas pasiones, a fin de que publique tu verdad ante el amo y ante el esclavo. He hablado según la energía y capacidad que tú me has concedido; a ti te corresponde acabar tu obra. Tú sabes. Dios de libertad, si me ha guiado mi interés o tu gloria. ¡Perezca mi nombre y que la humanidad sea libre! ¡Vea yo, desde un oscuro rincón, instruido al pueblo, aconsejado por leales protectores, conducido por corazones desinteresados! Acelera, si es posible, el tiempo de nuestra prueba; ahoga en la igualdad el orgullo y la avaricia; confunde esta idolatría de la gloria que nos retiene en la abyección; enseña a estos pobres hijos tuyos que en el seno de la libertad no habrá héroes ni grandes hombres.

Inspira al poderoso, al rico, a aquel cuyo nombre jamás pronunciarán mis labios en presencia tuya, sentimientos de horror a sus rapiñas; sean ellos los que pidan que se les admita la restitución y absuélvales su inmediato arrepentimiento de todas sus culpas. Entonces, grandes y pequeños, sabios e ignorantes, ricos y pobres, se confundirán en inefable fraternidad, y todos juntos, entonando un himno nuevo, te erigirán el altar, ¡Oh Dios de libertad y de igualdad!

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Guillotina, si gustas:

http://www.mutualismo.org/2008/09/proudhon-mutualismo-y-futbol/

Anónimo dijo...

Gracias por la invitación, pero No. Antes de degustar vuestras regurgitaciones prefiero deleitarme con el original.

La obra de Proudhon nunca se me ha presentado como indigesta o confusa, sus aparentes contradicciones siempre han guardado una misma cohesión social: el desprecio hacía los poderosos, la igualdad como antitesis de la superioridad y la libertad como salvaguarda ante la glotonería de Mammon (Capitalismo) y la mirada inquisitiva de Moloch (Estado, incluyendo judicatura y policías). Vosotros habéis tratado de trepanar la mente del lector, pero el Anarquismo aún tiene la cabeza muy dura para erosionarse con vuestra endeble barrena capitalista. Por eso, y antes de que os de tiempo de “blanquear el sepulcro”, y esconder las inmundicias, espero que sea el propio Proudhon, en persona, quién os arroje al Gehena del olvido:


“A fuerza de preocupar¬nos en las cuestiones políticas, hemos olvidado la econo¬mía social.

Pero no basta que la actual sociedad por la desvia¬ción de sus principios tiende incesantemente a empobrecer al obrero, a someter (contradicción extraña) el trabajo al capital. Es necesario que tienda a convertir los jornaleros en una raza de ilotas, inferior, como en otros tiempos, a la casta de los hombres libres. Es necesario que tienda a erigir en dogma social y poético la servidumbre de las clases pobres y que pregone la necesidad de su miseria. Algunos hechos, que pudiéramos elegir entre mil, nos revelarán esta fatal tendencia.

[…]

El sistema que hoy día se observa es tan distinto del nuestro que en él, el productor lo paga todo y el capitalis¬ta nada. Esto se concibe fácilmente, puesto que su renta se halla constituida por el interés de sus capitales y no por el cambio de productos. Así, pues, esta renta queda franca del impuesto, mientras que el que produce es el que paga.

[…]

Existe, pues, entre el capital, y el gobierno, un pacto con el cual el obrero es el único que paga. El secreto de este pacto consiste que en vez de fijar el tributo sobre el capital, se fije en los productos. Gracias a este disfraz, el capitalista-propietario finge pagar por sus tierras, su casa, sus viajes, sus traslaciones de dominio, su consumo, etc., etc., lo mismo que los demás ciudadanos. Así dice, por ejemplo, que su renta que sin la contribución sería de 3.000, de 6.000, 10.000 o 20.000 francos, no es más, gracias a aquello, que de 2.500, 4.500, 8.000 o 15.000, lo cual es un motivo para que grite, con más indignación que sus arrendadores, contra lo enorme del presupuesto.

Pero esto no es más que un error: el capitalista no paga nada: el gobierno divide con él sus ganancias. Helo ahí todo. Ambos defienden una misma causa.

[…]

Sujetas las inteligencias a esa especie de fascinamien¬to, la sociedad gira en un círculo de decepciones. El ca¬pital se aglomera más cada día. El Estado ensancha más sus tiránicas prerrogativas. Y la clase obrera va hacía una decadencia física, moral e intelectual inevitable.

[…]

Es una teoría que se adapta en todas las épo¬cas, que se halla en boca de todos los gobiernos: se en¬cuentra idéntica, invariable en las obras de los economis¬tas malthusianos, en los periódicos de la reacción, y en las profesiones de fe de los que defienden la República. No existe, entre ellos, más diferencia que unos conceden al principio de libertad, más latitud y otros menos: concesiones ilusorias que dan a las formas de gobierno que se llaman moderadas, constitucionales

[…]

Sepan los obreros que la importancia de su obra no existe en los mezquinos intereses que las so¬ciedades traen consigo, sino en la negación del régimen capitalista, monopolizador y gubernamental”. (L’idee de la revolution dans le XIXº siegle).

Anónimo dijo...

¿No pensáis reactivar el foro?

Víctor L. dijo...

Lamento el retraso -de casi un año- pero pensé que no contestarías.

Gracias por la cita, ya la conocía; y la suscribo al 100%. De hecho, de forma más o menos velada expresa lo mismo que sostenemos los mutualistas de hoy: que los capitalistas se lo deben todo al Estado.

El Hombre Guillotina dijo...

Los verdaderos Mutualistas de hoy también sostienen que intercambio ha de ser estrictamente reciproco, que cuando el haber se deriva de la capitalizaciones, del dinero ahorrado e invertido, y no directamente del trabajo (poco importa que su fuente original lo fuera, pues si hubiera seguido siéndolo el trabajo se hubiera gastado en consumo. Si no es así es porque el asalariamiento en la producción [la plusvalía prevista por Proudhon antes que Marx], el lucro en el comercio, el interés en el préstamo y la renta en el alquiler, han posibilitado obtener un beneficio más allá del propio trabajo) es dolo, fraude y robo, y que un sistema sin Estado en el que “la renta se halla constituida por el interés de sus capitales” (Proudhon) seguiría siendo autoritaria.

Esto puede darse sin Estado porque este no es más que una estructura fundada en una abstracción, pues detrás del Estado sólo hay hombres. Pon a esos mismos hombres creando un bloque “oficioso” para defender sus intereses comerciales, financieros e industriales y detrás de la economía seguirá estando la mano de un poder que controlará la vida de la gente de forma tan eficaz como antes lo hacía con la mascarada del Estado. Basta que ciertos propietarios limiten el acceso al consumo en sectores estratégicos, sin más armas que el acuerdo y la primacía de su voluntad por encima del resto, para que la gente se vea obligada a pedirles trabajo o para consumir a un precio que sólo ellos, mientras sigan controlando la producción y sus costes, pueden decidir.

Esto se ve con claridad en elementos que requieren una capital anterior para explotarse y que no se basan sólo en el trabajo: desde un molino a una explotación petrolífera. Por mucho que la buena voluntad de algunos productores les lleve a limitarse al costo, no podrán oponer resistencia en aquellos productos que no está a su alcance producir, que requiere una gran elaboración generacional o un futuro y potente trabajo colectivo; hasta entonces todos esclavos.

El verdadero Mutualismo no sólo carga contra el Estado como garante del Capital, lo hace contra el Capital como titiritero del Estado, también contra el Estado que se convierte en Capitalista (marxismo) y lo hará cuando el Capital se decida a bailar solo: sin Estado, pero con Autoridad; con leyes subastadas por las cuales velaran sus fuerzas parapoliciales, sus cárceles concertadas y su compulsión material.

El Hombre Guillotina dijo...

Los verdaderos Mutualistas de hoy también sostienen que intercambio ha de ser estrictamente reciproco, que cuando el haber se deriva de la capitalizaciones, del dinero ahorrado e invertido, y no directamente del trabajo (poco importa que su fuente original lo fuera, pues si hubiera seguido siéndolo el trabajo se hubiera gastado en consumo. Si no es así es porque el asalariamiento en la producción [la plusvalía prevista por Proudhon antes que Marx], el lucro en el comercio, el interés en el préstamo y la renta en el alquiler, han posibilitado obtener un beneficio más allá del propio trabajo) es dolo, fraude y robo, y que un sistema sin Estado en el que “la renta se halla constituida por el interés de sus capitales” (Proudhon) seguiría siendo autoritaria.
Esto puede darse sin Estado porque este no es más que una estructura fundada en una abstracción, pues detrás del Estado sólo hay hombres. Pon a esos mismos hombres creando un bloque “oficioso” para defender sus intereses comerciales, financieros e industriales y detrás de la economía seguirá estando la mano de un poder que controlará la vida de la gente de forma tan eficaz como antes lo hacía con la mascarada del Estado. Basta que ciertos propietarios limiten el acceso al consumo en sectores estratégicos, sin más armas que el acuerdo y la primacía de su voluntad por encima del resto, para que la gente se vea obligada a pedirles trabajo o para consumir a un precio que sólo ellos, mientras sigan controlando la producción y sus costes, pueden decidir.
Esto se ve con claridad en elementos que requieren una capital anterior para explotarse y que no se basan sólo en el trabajo: desde un molino a una explotación petrolífera. Por mucho que la buena voluntad de algunos productores les lleve a limitarse al costo, no podrán oponer resistencia en aquellos productos que no está a su alcance producir, que requiere una gran elaboración generacional o un futuro y potente trabajo colectivo; hasta entonces todos esclavos.
El verdadero Mutualismo no sólo carga contra el Estado como garante del Capital, lo hace contra el Capital como titiritero del Estado, también contra el Estado que se convierte en Capitalista (marxismo) y lo hará cuando el Capital se decida a bailar solo: sin Estado, pero con Autoridad; con leyes subastadas, por las cuales velaran sus fuerzas parapoliciales, sus cárceles concertadas y su compulsión material.
Y no es eso lo que tú y los tuyos defendéis.