Tolstoi es considerado hoy por muchos simplemente como un “novelista”. Su prolija obra ayudó a sepultar un ánimo atormentado, una profunda sensibilidad y, sobre todo, una repugnancia impenitente ante todo lo que significara poder y “fetiches sociales”.
Poco podía esperar Tolstoi que la “admiración” que ya le expresaba la burguesía de la época, acabaría convirtiéndolo a él mismo en un “fetiche” para los “intelectuales” del siglo XX. Acabaron constriñéndolo al papel de “coloso de las letras rusas”, escritor a su vez de “titánicas obras de arte sobre amos y masas”, lo que no se atrevían a comentar es que en la literatura de Tolstoi se trata, considera, diferencia y describe por primera vez a esos Individuos que componen las “masas”.
Sus novelas, principalmente “Guerra y Paz” y “Ana Karenina”, lo hicieron rápidamente popular, pero aunque no lo parezca esto es solo producto de su primera etapa… lo que posteriormente más daría que hablar es su “crisis moral”, su súbita reconversión (él la autodenominaría “resurrección”), que le transformaría en la representación moderna de un “profeta” o un “apóstol” cuyo credo era la negación del Estado y sus obras.
Esta faceta de Tolstoi ha sido en nuestros días recurrentemente obviada. Su nombre adorna muchas calles, plazas y avenidas en infinidad de ciudades del mundo, sin embargo quien cuelga de ahí es el Tolstoi “escritor de novelas”, se ha omitido deliberadamente al Tolstoi “escritor de andanadas incendiarias”. Siendo enemigo acérrimo de la violencia, pacifista de pro, pionero de la resistencia pasiva y heredero del cristianismo primitivo, los escritos de Tolstoi eran “incendiarios” pues ellos albergaban todo el calor de una única proclama, Desobediencia.
Sin embargo, la naturaleza de Tolstoi también ha sido desconocida por otros motivos, principalmente por la personalidad del propio Tolstoi. Él, alejado de toda actividad grupuscular o de carácter masivo, aislado de las cortes de aduladores, opuesto a los “revolucionarios sistemáticos” (aunque curiosamente defensor de muchos de ellos), hostil a las nomenclaturas o a englobarse en corriente alguna… se convirtió en el mayor acicate para su omisión como “pensador subversivo”. Sin embargo, esta antipatía que adquiere cualidades “misántropas”, está reñida con un profundo sentimiento “filantrópico”, de solidaridad y amor hacia las “masas populares”, por que él era a su vez un individuo que necesitaba de forma apremiante el afecto de los demás.
Intentó modificar sus condiciones de vida, quiso vivir como un mujik, resguardarse en los albergues, vivir de su propio trabajo, renunció a sus “derechos de autor” (acto que ocasionaría una gran disputa familiar), condenó el matrimonio aún estando casado y con trece hijos, siendo artista consagrado cargó con fiereza contra el arte, atacó los filtros de la historia siendo el mismo el mejor narrador histórico, maldijo la impostura del progreso industrial y de sus avances tecnológicos, también a la élite cientifista e intelectual, sus diatribas anticlericales le valieron la excomunión de la Iglesia, repartió su herencia entre sus hijos a fin de verse libre de su carácter nobiliario, fue repudiado por su familia por intentar repartirla entre los campesinos, pero al final cedió, quiso huir de ese mundo para encontrar la purificación de una vida agreste… pero nada de eso le sirvió, no pudo libertarse del Conde Tolstoi, por mucho que se negara a firmar con tal coletilla, como redención final solo pudo encontrar la muerte en una helada estación de tren, en Astápovo, el 20 de noviembre de 1910.
Sin embargo, es injusto echarle la culpa de su silenciamiento al propio carácter del silenciado. El Movimiento Anarquista, tan lejano al culto a la personalidad, nunca tuvo mucho interés en reclamar a figuras “descollantes” como parte de su “bagaje” teórico, así personajes como Ibsen, Wilde, Florencio Sánchez, o incluso antecesores como Zenón, Lao Tsé o Rabelais, pueden sonar hoy como una rara avis dentro de dicho movimiento. Muchos se han convertido en manos del “intelectualismo burgués”, en simples folletines de regodeo frívolo… Tolstoi también corrió dicha suerte.
Sin embargo, hay otros factores, Tolstoi no tuvo excesivos “defensores” dentro del Movimiento Anarquista, es más, en muchos casos tampoco gozó de demasiadas simpatías, como le pasó a Stirner o incluso a Malatesta (en los tiempos en los que se despreciaba tanto su “estructuralismo” como sus suspicacias contra el sindicalismo, hoy en día, sin embargo, lo segundo se ha olvidado y se le admira precisamente por lo primero). En detrimento de Tolstoi jugaba precisamente su cristianismo, no importaba su oposición a la jerarquía eclesiástica y su defensa del “verdadero evangelio”, en un movimiento en el que tanto se había luchado por alejarse de la “tiranía clerical”, de la “mitología y la superstición”, y que tanto había enarbolado no solo el “ateísmo”, sino el “anti teologismo”, era natural que no se le entendiera. Tampoco su pacifismo a ultranza y la llamada “no resistencia al mal”, fueron aceptados (salvo algunas excepciones), sobre todo cuando la represión estatal, y sus carnicerías de fin y principio del XIX, hacía para muchos más que justificado el derecho a defenderse.
De Tolstoi queda poco como “teórico de la Rebeldía”, se hicieron varios trabajos sobre su “Cristianismo Anarquista”, como el de Eltzbacher, se hacen aún variopintas compilaciones, que en su mayoría y por desgracia, no pueden pasar del tradicionalismo sistemático o del anecdotario literario. Varios Anarquistas, como paradigma citemos a Nettlau, han intentado “conciliarlo” con el resto del movimiento, y a pesar de que el anti-dogmatismo ácrata colaboró para que su influencia nunca llegara a desaparecer del todo, hemos de reconocer que en la actualidad siguen pesando opiniones como la de Manuel Gonzáles Prada, según la cual Tolstoi era un:
“Don Quijote de la estepa,
Cristo chocho y regañón,
Fecundus vir predicando
La abstinencia en el amor.
A la vez de literato,
Zapatero remendón;
Lleva un tornillo de menos,
A no ser que lleve dos.”
Sin embargo, y tan solo con mirar hacia atrás, aún podemos otear la influencia “práctica” que ejerció su “apostolado de desobediencia”, tanto sobre Individuos aislados como sobre Movimientos Colectivos. Así podemos mencionar a la insurgente Comunidad Cristiana de Hermandad Universal, es decir, a los anteriormente conocidos como Dujobori o “Luchadores Espirituales”, que a parte de nudistas y “cristianos” también eran antimilitaristas, anticlericalistas, y enemigos irreconciliables de todo Estado; y añadamos al individualista y espontáneo “propagandista por el hecho” Kurt Gustav Wilckens, que paradójicamente se consideraba “tolstoiano”. Después de asesinar al teniente coronel Varela, responsable de la matanza de 1.500 peones en la Patagonia, y para poner de manifiesto su apasionada contradicción, nos diría: “No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. Pero la venganza es indigna de un anarquista. El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; afirma vida, amor, ciencia, trabajemos para apresurar ese día”. Comprobamos así que tanto los Dujobori como Wilckens son dos reflejos de una misma desesperación.
En definitiva la obra de Tolstoi no fue infértil, él bebió de las fuentes de Proudhon, al que conoció en Bélgica, intimó con Turgueniev y Herzen (siempre me ha resultado curioso que ambos fueran también íntimos amigos de Bakunin, y que sin embargo y aparentemente, ni Tolstoi ni Bakunin tuvieran ningún contacto), yendo por su propio camino llegó a la misma meta que Thoreau, influyó en la praxis de Gandhi y de tantos otros individuos anónimos… y en cada uno de ellos, soterrada o nítidamente, dejó una reflexión sobre su impronta estoica y sensible, austera y generosa, y especialmente sobre esa extraña alquimia de filántropo social y solitario eremita, de amor desbordante y odio contenido… este es el legado del quijotesco “apóstol” de Yasnaia Poliana.
Podemos concluir que, por mucho que se silencie, Tolstoi era un Anarquista, no hablamos aquí de escuelas o doctrinas, hablamos del sentir profundo, es este, y no otro elemento, el que forja al Libertario. Incluso se da un hecho sorprendente, los actos de Rebeldía interna, es decir, de auto descubrimiento de la conciencia, suelen considerarse un fruto madurado con el tiempo y sus acontecimientos, hasta cuando son el resultado de un impulso súbito y radical parece considerablemente difícil concretar el momento exacto en el que se produjeron, y más aún conseguir que el propio “afectado” nos lo relate, sin embargo, con Tolstoi podemos disponer de ambas cosas. El 5 y el 6 de Abril de 1857 el joven Tolstoi, de tan solo 27 años, se encontraba en París, después de la primera parte de una misiva a su amigo Botkin, en la que da muestras de haber quedado fascinado por la urbe, se ve obligado a continuar y concluir la carta de forma radicalmente distinta. A continuación reproduzco dicho pasaje, dudando de que pueda encontrarse un mejor colofón a este pequeño comentario.
“…Eso lo escribí ayer, me interrumpieron y ahora sigo con humor harto diferente. Hoy me he equivocado por ir a ver por la mañana una ejecución… el malísimo estado de nervios en que estaba, y dicha exhibición me ha causado tal impresión que me llevará mucho tiempo recuperarme. He presenciado demasiados horrores en la guerra y en el Cáucaso; pero aunque despedazasen a un hombre en mi presencia, nada habría sido tan odioso como este hábil y elegante ingenio, por el cual bastó un instante para guillotinar a un hombre sano, fresco y vigoroso. Allí hay un deseo irracional, pero un sentimiento humano de pasión, pero aquí se ha llevado hasta el refinamiento el sosiego y la comodidad en el asesinato y sin nada sublime. Un deseo insolente y salvaje de que se cumpla la justicia, la ley de Dios. La justicia que deciden los abogados, quienes basándose en el honor, la religión y la verdad opinan -cada cual a su manera- cosas distintas… ¡Es un sinsentido la ley humana! De veras, el Estado no solo es una conjura para la corrupción de los ciudadanos. Y a pesar de todo los Estados existen y de un modelo tan imperfecto aún. Así las cosas, pasar al socialismo ellos no pueden… Pues en esta detestable mentira yo no veo más que el mal y la ignominia, y ni deseo ni puedo analizar dónde hay más y dónde menos. Entiendo las leyes morales, las de ética y religión, que no son obligatorias para nadie, guían adelante y prometen un futuro mejor; siento las leyes del arte, que siempre dan felicidad; pero las políticas son para mí tan detestable falsedad que no veo en ellas ni lo mejor ni lo peor. Eso he percibido, comprendido y reconocido hoy. Tal conciencia, aunque sea un poco, me compensa del agobio de la impresión. Ha habido aquí en estos días un sinfín de arrestos, se ha descubierto un complot, querían matar a Napoleón en el teatro, de nuevo volverán a ejecutar en fecha próxima; pero yo, por cierto, a partir del día de hoy no sólo no iré a presenciarlo jamás, sino que nunca serviré en ningún sitio a gobierno alguno…”.
Sin embargo, y tan solo con mirar hacia atrás, aún podemos otear la influencia “práctica” que ejerció su “apostolado de desobediencia”, tanto sobre Individuos aislados como sobre Movimientos Colectivos. Así podemos mencionar a la insurgente Comunidad Cristiana de Hermandad Universal, es decir, a los anteriormente conocidos como Dujobori o “Luchadores Espirituales”, que a parte de nudistas y “cristianos” también eran antimilitaristas, anticlericalistas, y enemigos irreconciliables de todo Estado; y añadamos al individualista y espontáneo “propagandista por el hecho” Kurt Gustav Wilckens, que paradójicamente se consideraba “tolstoiano”. Después de asesinar al teniente coronel Varela, responsable de la matanza de 1.500 peones en la Patagonia, y para poner de manifiesto su apasionada contradicción, nos diría: “No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. Pero la venganza es indigna de un anarquista. El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; afirma vida, amor, ciencia, trabajemos para apresurar ese día”. Comprobamos así que tanto los Dujobori como Wilckens son dos reflejos de una misma desesperación.
En definitiva la obra de Tolstoi no fue infértil, él bebió de las fuentes de Proudhon, al que conoció en Bélgica, intimó con Turgueniev y Herzen (siempre me ha resultado curioso que ambos fueran también íntimos amigos de Bakunin, y que sin embargo y aparentemente, ni Tolstoi ni Bakunin tuvieran ningún contacto), yendo por su propio camino llegó a la misma meta que Thoreau, influyó en la praxis de Gandhi y de tantos otros individuos anónimos… y en cada uno de ellos, soterrada o nítidamente, dejó una reflexión sobre su impronta estoica y sensible, austera y generosa, y especialmente sobre esa extraña alquimia de filántropo social y solitario eremita, de amor desbordante y odio contenido… este es el legado del quijotesco “apóstol” de Yasnaia Poliana.
Podemos concluir que, por mucho que se silencie, Tolstoi era un Anarquista, no hablamos aquí de escuelas o doctrinas, hablamos del sentir profundo, es este, y no otro elemento, el que forja al Libertario. Incluso se da un hecho sorprendente, los actos de Rebeldía interna, es decir, de auto descubrimiento de la conciencia, suelen considerarse un fruto madurado con el tiempo y sus acontecimientos, hasta cuando son el resultado de un impulso súbito y radical parece considerablemente difícil concretar el momento exacto en el que se produjeron, y más aún conseguir que el propio “afectado” nos lo relate, sin embargo, con Tolstoi podemos disponer de ambas cosas. El 5 y el 6 de Abril de 1857 el joven Tolstoi, de tan solo 27 años, se encontraba en París, después de la primera parte de una misiva a su amigo Botkin, en la que da muestras de haber quedado fascinado por la urbe, se ve obligado a continuar y concluir la carta de forma radicalmente distinta. A continuación reproduzco dicho pasaje, dudando de que pueda encontrarse un mejor colofón a este pequeño comentario.
“…Eso lo escribí ayer, me interrumpieron y ahora sigo con humor harto diferente. Hoy me he equivocado por ir a ver por la mañana una ejecución… el malísimo estado de nervios en que estaba, y dicha exhibición me ha causado tal impresión que me llevará mucho tiempo recuperarme. He presenciado demasiados horrores en la guerra y en el Cáucaso; pero aunque despedazasen a un hombre en mi presencia, nada habría sido tan odioso como este hábil y elegante ingenio, por el cual bastó un instante para guillotinar a un hombre sano, fresco y vigoroso. Allí hay un deseo irracional, pero un sentimiento humano de pasión, pero aquí se ha llevado hasta el refinamiento el sosiego y la comodidad en el asesinato y sin nada sublime. Un deseo insolente y salvaje de que se cumpla la justicia, la ley de Dios. La justicia que deciden los abogados, quienes basándose en el honor, la religión y la verdad opinan -cada cual a su manera- cosas distintas… ¡Es un sinsentido la ley humana! De veras, el Estado no solo es una conjura para la corrupción de los ciudadanos. Y a pesar de todo los Estados existen y de un modelo tan imperfecto aún. Así las cosas, pasar al socialismo ellos no pueden… Pues en esta detestable mentira yo no veo más que el mal y la ignominia, y ni deseo ni puedo analizar dónde hay más y dónde menos. Entiendo las leyes morales, las de ética y religión, que no son obligatorias para nadie, guían adelante y prometen un futuro mejor; siento las leyes del arte, que siempre dan felicidad; pero las políticas son para mí tan detestable falsedad que no veo en ellas ni lo mejor ni lo peor. Eso he percibido, comprendido y reconocido hoy. Tal conciencia, aunque sea un poco, me compensa del agobio de la impresión. Ha habido aquí en estos días un sinfín de arrestos, se ha descubierto un complot, querían matar a Napoleón en el teatro, de nuevo volverán a ejecutar en fecha próxima; pero yo, por cierto, a partir del día de hoy no sólo no iré a presenciarlo jamás, sino que nunca serviré en ningún sitio a gobierno alguno…”.
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